Visita del Premio Nacional de Artes Plásticas 2025, Alejandro “Mono” González, a su natal Curicó.

Este jueves, en el auditorio de la Corporación Cultural de Curicó, se llevó a cabo un significativo encuentro con el Premio Nacional de Artes Plásticas 2025, Alejandro “Mono” González.
El destacado artista compartió un conversatorio con docentes de la ciudad, presentando diversos pasajes del desarrollo de su obra y llevándonos en un viaje a través de su técnica —caracterizada por la rapidez y la urgencia—, elementos que, según explicó, nacen del contexto histórico en que surgieron muchos de sus murales.

Durante casi dos horas, el artista curicano abordó distintos tópicos que permiten comprender su trayectoria y pensamiento:

1. Orígenes y formación:
Realizó sus estudios básicos en la Escuela D-1 de Curicó (actual Escuela Balmaceda), donde participó en un concurso que le permitió obtener una beca para continuar su formación en Santiago. Recordó también que, en 1955, junto a la banda escolar, rindieron homenaje al artista curicano y Premio Nacional Benito Rebolledo.

Posteriormente estudió en la Escuela Experimental Artística de Santiago y en Diseño Teatral en la Universidad de Chile, periodo en el cual participó activamente en movimientos políticos y en la organización de la Brigada Ramona Parra (BRP).

2. El mural como comunicación popular:
González relató que desde niño le llamaba la atención la publicidad, por la mezcla de imágenes, dibujos y texto, y por la intención comunicativa que en ellas encontraba.
Al reflexionar sobre distintas campañas políticas —como las de Frei o Tomic— destacó cómo en ellas se evidencian distintos recursos simbólicos.
Asimismo, estableció una clara diferencia entre el muralismo mexicano y el chileno: mientras el primero surge desde la academia y una lógica más vertical, el muralismo chileno nace desde la comunidad, donde el contenido y la técnica emergen del pueblo y su entorno.

3. Técnica y trabajo colectivo:

Cada mural que realiza parte de una investigación y contextualización en el espacio donde será pintado. Sus trazos amplios —al “ancho de brocha”— responden a la necesidad de inmediatez que caracterizó las acciones de la BRP, donde todo debía hacerse con rapidez.
Aunque las obras llevan su sello personal, enfatizó que el trabajo colectivo y comunitario es lo que realmente genera apropiación del espacio.

4. Una mirada global:
González también compartió experiencias de su labor muralista en distintos países: Ucrania, Argentina, Australia, Francia y España, destacando especialmente su experiencia en Nápoles (Italia).
Allí participó en el proyecto transformador “Luce al Rione Sanità”, desarrollado en la Iglesia La Cristallini, ubicada en el barrio Rione Sanità, una zona históricamente marcada por la presencia de mafias.
Junto a Toño Cruz, Giuliana Conte y un equipo de artistas y profesionales, vivieron cerca de dos meses en el sector, apoyados por la Cooperativa La Paranza, integrándose en la vida local para dotar al proyecto de una identidad propia y profundamente comunitaria.


En la Iglesia Azul, como finalmente fue conocida, no pintaron santos para que la gente los venerara; fue todo lo contrario: plasmaron los rostros de los vecinos y vecinas del barrio, de todas las edades, tanto en los muros como en láminas colgantes.


En el altar, en lugar de una figura religiosa tradicional, se instaló un cuadro con una mano sosteniendo una espiga, y a sus pies, una barcaza construida por internos de la cárcel local.
El espacio quedó lleno de símbolos y significados, visibles tanto en una primera mirada como en una segunda lectura más profunda.

Con esta obra, González vuelve a reafirmar aquello que dio origen a su camino artístico:
crear arte junto a las personas, fortalecer el sentido de lo colectivo, la pertenencia, la identidad y el valor histórico de cada lugar donde pinta.

Además, el artista enfatiza que su técnica —forjada con los años— se ha modelado desde el respeto al entorno, buscando siempre que sus murales dialoguen y convivan armoniosamente con el espacio donde se levantan.

Durante el conversatorio, Alejandro “Mono” González” enfatizó que “Mono” es su chapa, pero también su nombre, una identidad que asumió con orgullo y que hoy lo acompaña con historia. No tiene reparos en ser llamado así: “El Mono” se volvió parte inseparable del artista y del hombre.

Sobre los reconocimientos recibidos —el Premio Nacional de Artes Plásticas, los honoris causa y otras distinciones en Chile y el extranjero—, expresó su gratitud, pero también dejó entrever que no los siente como premios personales, sino como un reconocimiento a la significancia del muralismo chileno, al trabajo colectivo, a la lucha social y a la resistencia que marcó una época, además de a las muchas personas que han caminado junto a él.

Recordó, con emoción, que cuando niño vio cómo Curicó recibía a Benito Rebolledo tras obtener el mismo galardón. Hoy, con los tiempos cambiados, es él quien vuelve a su ciudad natal no solo para ser homenajeado, sino para enseñar su obra, compartir con estudiantes, estampar serigrafías y dialogar con la comunidad, cerrando así un círculo vital entre el arte, la memoria y la gente.

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