Volver a los 17, pero con 40.

Hoy miércoles se presentó Richard Ashcroft, haciéndonos la previa para el concierto de Oasis en Chile, interpretó varias de las canciones que tocaba con su banda, The Verve: The Drugs Don’t Work, Sonnet, Lucky Man y uno de sus clásicos más icónicos, Bitter Sweet Symphony.

Comenzó con sus canciones como solista, generando una expectativa natural por escuchar después esos temas que marcaron una época. Para mí fue como un viaje en el tiempo, directo a mi adolescencia: octavo básico en 1999, primero medio el 2000 y cuarto medio el 2003. Volver a vibrar con esas canciones de cuando tenía entre 14 y 18 años fue profundamente emocionante.

Sin embargo, hoy, desde la adultez, esa canción ya no solo se siente como un recuerdo juvenil, sino como una metáfora más profunda: una vida hermosa, pero también dura, marcada por decisiones, responsabilidades, frustraciones y búsquedas de sentido. Aquella melodía que en la adolescencia sonaba a rebeldía, hoy resuena como una reflexión sobre el camino recorrido, sobre lo inevitable de crecer y, al mismo tiempo, sobre la necesidad de no perder la esencia.

Fue impresionante apreciar vivo aquellas melodías que solo veía por televisión o en el cable. Además, su icónica actitud y voz áspera (de baritono) despertó emociones intensas. Me reencontré con esa adolescencia algo rebelde, agridulce en la que al mismo tiempo, pude soltar emociones contenidas que raspan el presente.

Porque, aunque cambien las etapas, hay situaciones en la adultez activan esa misma fibra, esa intensidad tan propia de la adolescencia. Ese fue el clímax de la presentación. No grabé ese momento, porque lo único importante era escucharlo, cantarlo fuerte, con el corazón, al borde de descargar todo lo que llevaba dentro. Sentirme rebelde, pero no contra el sistema, sino contra esas ataduras, temores y pasiones que te mantienen preso de ti mismo.

En ese instante cayeron algunas lágrimas de alegría y emoción, como si estuviera reparando cosas que yo no rompí, solo que tocaron vivirlas por la razón de la existencia en espacio y lugar que yo no elegí, pero del cual si puedo hacerme cargo desde siempre.

En mi experiencia personal, esta presentación fue casi un acto de justicia frente a lo dicho y frente a todas aquellas veces en que no hubo reencuentros — por cierto, conmigo, con personas de la vida y, por cierto, con artistas — ya que a veces, no hay dos veces.

Terminada la presentación, en 20 minutos más salió al escenario OASIS.

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